En junio de 2010 la Corte Suprema de Islandia ordenó que se exhumara el cadáver del brillante ajedrecista estadounidense Bobby Fischer, para tomar una muestra de ADN. Lo hizo ante el reclamo de paternidad iniciado por Marilyn Young, una mujer con la que Fischer había tenido una relación mientras vivió en Filipinas. Ella aseguraba que su hija, Jinky, de 9 años en 2010, era hija de uno de los más grandes ajedrecistas de la historia. El reclamo de paternidad abría la posibilidad de disputar la herencia de Fischer, calculada en dos millones de dólares.
El 17 de enero de 2008, Bobby Fischer había fallecido en Reikiavik, la capital de Islandia, a los 64 años, tras una vida marcada por la genialidad ajedrecística y la controversia. El excampeón mundial de ajedrez pasó sus últimos años en un exilio voluntario, aislado y rodeado de misterio, en un país que lo acogió cuando casi ningún otro estaba dispuesto a hacerlo.
La historia de Fischer en Islandia había comenzado en 2005, cuando el gobierno islandés le concedió la ciudadanía para evitar su extradición a Estados Unidos, donde enfrentaba cargos por violar las sanciones impuestas a Yugoslavia en 1992. La decisión de Islandia de recibirlo no solo respondió a la admiración por su talento, sino también a la gratitud por el impacto que tuvo en la historia del país: en 1972, la ciudad de Reikiavik fue escenario del célebre “Match del Siglo” entre Fischer y Boris Spassky, un enfrentamiento que trascendió el ajedrez y se convirtió en un símbolo de la Guerra Fría.
Durante sus últimos años, Fischer vivió en un pequeño apartamento en la periferia de Reikiavik, acompañado por su pareja, la ajedrecista japonesa Miyoko Watai, y alejado de la vida pública. Su salud se deterioró progresivamente, afectada por una insuficiencia renal que se agravó debido a su negativa a recibir tratamiento médico convencional. “No quiero que me toquen los médicos”, habría dicho el propio Fischer.
El ex campeón mundial mantuvo una rutina solitaria, saliendo ocasionalmente a caminar por las calles de la ciudad o a visitar la biblioteca local, donde pasaba horas leyendo sobre temas tan diversos como historia, política o religión. A pesar de su fama, Fischer evitaba el contacto con los medios y rara vez aceptaba visitas, incluso de viejos amigos o admiradores. Su círculo íntimo se redujo a unas pocas personas, entre ellas Watai y algunos ajedrecistas islandeses que lo ayudaron a instalarse en el país.
La relación de Fischer con Islandia se forjó décadas antes de su exilio. En 1972, el enfrentamiento con Spassky en el Campeonato Mundial de Ajedrez convirtió a Reikiavik en el epicentro global del juego ciencia y catapultó a Fischer al estrellato internacional. Aquella célebre partida no solo cambió la vida del estadounidense, sino que también dejó una huella imborrable en la sociedad islandesa, que lo consideró un héroe y un símbolo de la inteligencia y la rebeldía.
A pesar de la admiración que despertaba, Fischer también generó polémica por sus declaraciones y actitudes. Durante su estancia en Islandia, realizó comentarios antisemitas y elaboró teorías conspirativas, lo que provocó el rechazo de parte de la opinión pública. En una de sus pocas apariciones, Fischer expresó opiniones extremas sobre la política internacional y la historia del ajedrez, distanciándose aún más de la comunidad que lo había acogido.
El aislamiento de Fischer se acentuó en los meses previos a su muerte. Según testimonios de la época su salud empeoró notablemente y su carácter se volvió más huraño. “No quería ver a nadie, ni siquiera a sus amigos más cercanos”, relató uno de los pocos allegados que pudo visitarlo en sus últimos días. La negativa a recibir atención médica convencional complicó su situación, y solo aceptó cuidados paliativos cuando su estado era irreversible.
La vida de Bobby Fischer estuvo marcada por episodios de genialidad y excentricidad desde su infancia. Nacido en Chicago en 1943, se trasladó a Nueva York con su madre y su hermana, donde comenzó a descollar en el ajedrez desde muy pequeño.
A los 15 años se convirtió en el Gran Maestro más joven de la historia hasta ese momento, y su ascenso fue meteórico. En 1972, Fischer logró lo que ningún estadounidense había conseguido: arrebatarle el título mundial a un soviético, en plena tensión entre las dos superpotencias. El triunfo sobre Spassky en Reikiavik fue el punto culminante de su carrera, pero también el inicio de su declive. Tras el campeonato, Fischer se retiró de la competencia oficial y se sumió en un prolongado silencio. Durante años, rechazó ofertas millonarias para volver a jugar y se mantuvo alejado de la vida pública.
En 1992, reapareció para disputar una revancha con Spassky en Yugoslavia, violando las sanciones internacionales y provocando la persecución judicial de Estados Unidos.El regreso a los tableros en Yugoslavia le valió una orden de arresto internacional y lo obligó a moverse como fugitivo. Durante más de una década, Fischer vivió en diversos países, incluyendo Japón, donde fue detenido en 2004 por viajar con un pasaporte estadounidense revocado. La intervención de las autoridades islandesas fue decisiva para evitar su extradición y permitirle establecerse en Reikiavik.
En Islandia, Fischer encontró un refugio, aunque nunca logró integrarse plenamente a la sociedad local. Su vida cotidiana transcurría entre la lectura, el estudio y las caminatas solitarias. Rara vez jugaba al ajedrez en público y, cuando lo hacía, prefería partidas informales con amigos cercanos. “El ajedrez es una pérdida de tiempo”, llegó a afirmar en una ocasión, reflejando el desencanto que sentía hacia el juego que lo había hecho famoso.
La relación con Miyoko Watai fue uno de los pocos vínculos personales que mantuvo en sus últimos años. Watai se trasladó a Islandia para acompañarlo y cuidar de él durante su enfermedad. Tras la muerte de Fischer, surgieron disputas legales sobre la herencia y la validez de su matrimonio, que se resolvieron en los tribunales islandeses. El legado de Bobby Fischer sigue siendo objeto de debate. Para muchos, su genio revolucionó el ajedrez y desafió la hegemonía soviética en el tablero. Para otros, sus actitudes y declaraciones empañaron su figura. A pesar de las controversias, su influencia en el ajedrez moderno es indiscutible, y su nombre permanece asociado a una de las épocas más intensas y creativas del juego.
A lo largo de su vida, Fischer desafió las convenciones y se enfrentó a las autoridades, tanto dentro como fuera del ajedrez. Su obsesión por la perfección y su desconfianza hacia el sistema lo llevaron a tomar decisiones radicales, como perder el título mundial en 1975 al negarse a defenderlo frete a Anatoly Karpov bajo las condiciones impuestas por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE, por su sigla en francés). Tras su retiro, Fischer se dedicó a estudiar variantes del ajedrez y a desarrollar nuevas reglas, como el “ajedrez aleatorio”, que buscaba eliminar la influencia de la memorización y fomentar la creatividad.
Su funeral se realizó en un pequeño cementerio de Selfoss, una localidad al sur de Islandia, en una ceremonia íntima a la que asistieron solo unos pocos allegados. El entierro se llevó a cabo de madrugada, lejos de la atención mediática, en consonancia con el deseo de privacidad que marcó sus últimos años.
“Aquí descansa Bobby Fischer, campeón mundial de ajedrez”, reza la lápida que señala su tumba, un recordatorio silencioso de una vida extraordinaria y solitaria. Fue en ese cementerio que se realizó la exhumación del cadáver de Fischer. El procedimiento de obtención de ADN de uno de los mejores ajedrecistas del mundo se llevó a cabo en julio de 2010. Y los resultados se conocieron en agosto de aquel año. La niña filipina no era hija de uno de los mayores genios de la historia del ajedrez.
Fuente: Infobae.com