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¿Revolcón, temblor, huracán o terremoto, y algo más?

Escrito por
28 de junio de 2025
¿Revolcón, temblor, huracán o terremoto, y algo más?
Manifestantes venezolanas exigen un país
Manifestantes venezolanas exigen un país en libertad y democracia (EFE/ Nina Osorio)

La distinguida profesora María Candelaria Rodríguez Guillen trayendo a colación una elogiable investigación de Ramón Escovar León, afirma que el académico define al “hecho notorio” como aquel cuya existencia puede invocarse sin necesidad de prueba alguna, por ser conocido directamente por cualquiera que se halle en capacidad de observarlo”. En un lenguaje más familiar suele decirse ser “aquel que no requiere pruebas”.

Es en el contexto de estas definiciones que asumimos que no pareciera demandarse prueba alguna para demostrar la certeza, no sabemos si absoluta o relativa, del “Revolcón, temblor, huracán o terremoto y hasta algo más” que hoy sacude al mundo.

Se trata de “una crisis” preocupante derivada de “un cambio profundo y de consecuencias trascendentales, alimentada por novedades en el área política y en la economía que se desarrollan en el interno de los países y en la propia comunidad internacional”. No sabemos si se estará haciendo acaso referencia a una “especie de hecatombe”, estimulada por “un conflicto” y la presión del mismo en “la economía global”. Pero, también, a “la inestabilidad política y a las guerras (por ejemplo, las más visibles por ahora la de Rusia y Ucrania y la de Israel e Irán). En el lenguaje técnico leemos que “los cambios demográficos, la reducción del financiamiento para ayuda al desarrollo y sus negativas consecuencias en los países de bajos ingresos, la demanda de los denominados minerales críticos (litio, cobalto y las llamadas tierras raras)”, algunos de ellos con destino a armamento de consecuencias terribles, no dejan de ser determinantes. Se trataría, cabe preguntarse, de “un cambio profundo y de consecuencias importantes”. Mucha gente lo afirma.

No sabemos si sería pertinente traer a colación que los historiadores estadounidenses Neil Howe y William Strauss, autores de “la teoría de los ciclos generacionales”, sustentan que en períodos de aproximadamente cuatro generaciones (80-90 años) cada uno, se producen cambios significativos en la humanidad caracterizados por aprietos que moldean profundamente a las sociedades. Estaremos en el supuesto, cabe preguntarse, de que cuando una generación, como se sostiene en Howe y Strauss, llega a la edad adulta, comienza a desafiar el orden establecido por la anterior. Esta dinámica cíclica, con el tiempo, para los autores, puede llevar a cambios drásticos en la sociedad y a crisis que marcan un antes y un después. Complementan, asimismo, que a través de la teoría se han identificado crisis como “las guerras mundiales, la Gran Depresión y una más reciente, la financiera de 2008”, cuyas consecuencias todavía hacen mella y muy particularmente en la denominada clase media. Diera la impresión de que, en principio, estaríamos confrontándonos en “la dinámica cíclica” de los mencionados científicos. ¿La contestación? Complicada.

Un buen amigo, mucho más docto que este aprendiz, nos facilitó el “diminuto” libro “The Crisis”, de Thomas Paine, cuya genialidad bastante nos ayudó. Se trata de una colección de artículos publicados originalmente desde diciembre de 1776 hasta diciembre de 1783, dirigidos a los estadounidenses durante los peores años de la Guerra Revolucionaria. Nos atrajo el aserto de que Dios es la primera causa del mundo, pauta transgredida por los colonizadores británicos, pues Inglaterra se había apropiado de los poderes del Señor a través del yugo colonizador, situación que victimizaba a los americanos y que en criterio de muchos estimuló determinantemente la lucha por la independencia de los Estados Unidos. “El Ser Superior” insufló, como acotan los lectores de Paine, determinación en los revolucionarios en la lucha por la libertad. Surgió así el hoy “Gigante del Norte”, con un papel determinante y desde ese entonces en el mundo.

La genialidad de Paine indujo a popularizar la máxima conforme a la cual “todos los hombres son creados como iguales”, por lo que un régimen monárquico constituye una “vulgar transgresión a Dios, tan significativa y hasta divina pauta”. Adicionalmente, no hay dudas de que “bajo un rey, a los hombres les resulta imposible realizarse. Pero, adicionalmente, los ingleses estaban más alejados de Dios, que aquellos que luchaban por la independencia. A Paine se le califica, acorde con estas valoraciones, como el autor de la teoría del “Common Sense”, cuyo fundamento consiste en que cada individuo puede enfrentarse a las herencias históricas y a las usanzas de las instituciones en procura de su libertad y el desarrollo de la personalidad. Se lee que esa idea inspiró, además, de los americanos, a la Europa de la Revolución Francesa.

En el contexto cabría preguntarse si Paine pensó también en la “fe” como virtud, que con la ayuda de Dios insufló coraje y determinación a los soldados americanos, apreciación pertinente si se tiene en cuenta, como leemos, que “entre las características que los héroes comparten, está presente, como esencial, esa virtud”. No se trata, ha de aclararse, que es la “religiosa”, sino una “fe” en la misión, que permanecerá a pesar de todo. Tal actitud es evidente en las acciones del héroe porque, de por sí, el heroísmo requiere que aquel actúe positivamente con relación a su misión, y por tanto que sea el agente de cambio. Así se lee en Benjamin P. McLean, Don Quijote: ¿Héroe o antihéroe?

Ha de reiterarse, si volvemos a la teoría de Howe y Strauss, que ella ha ganado popularidad, pero, críticas, también. Algunos argumentan que la historia no es tan predecible y que otros factores, como los avances tecnológicos y los cambios políticos, cumplen un papel importante en la evolución social. Es en este aspecto donde, en principio, pareciera confirmarse que han sido determinantes en el estado actual del mundo, los acontecimientos en el manejo de los gobiernos de los respectivos países. Y ha de quedar claro que tanta responsabilidad tienen los desarrollados, así como aquellos aun en situación de subdesarrollo y hasta de precariedad.

Es forzoso sostener que Thomas Paine utilizó, con criterio de utilidad, el concepto de la “deidad”, una de las herramientas de las religiones para el cultivo del alma y, consecuentemente, del mismo cuerpo. No ha sucedido, lamentablemente, así en todas las instancias, más bien, en honor a la verdad “Don Thomas” ha sido uno de los pocos que le ha dado un uso provechoso, cuestionando los abusos de los cuales ha sido objeto.

Ante el cuestionamiento en lo relativo a la diversidad de interpretaciones y a las guerras religiosas que todavía se mantienen, se impone esforzarse por entender bien el vocablo, encontrándonos que proviene Del lat. deĭtas, -ātis y que identifica al ser divino, a la esencia divina, a cada uno de los dioses de las diversas religiones y como sinónimos o afines aparecen Dios, divinidad y divo. La ratio de la idea de Paine habrá sido acaso, acudiendo a la cotidianidad, de que Dios creó al mundo entregándonoslos para que lo condujéramos a su maximización, tarea que no nos ha sido fácil, pues el Señor nos creó dotados de bondad (natural inclinación a hacer el bien), lo cual nos conduciría a la “Casa Eterna”, pero, al mismo tiempo de maldad (cualidad de malo), camino al “lugar donde los condenados sufren” y lo que pareciera grave es de “que hemos morado en medio de las dos”. Tal vez, una señal derive de algunas particularidades que los ratones de bibliotecas han encontrado y que así se escriben: 1. La religión es la carnada emocional; 2. Los verdaderos Dioses que justifican la guerra son el petróleo, la tecnología, la defensa y el control de países en confrontación unos con otros; 3. Las victimas rezan, los políticos asumen posturas y los billonarios imprimen dinero con esa especie de humo que brota de los fogones que siempre tienen encendidos. Y finalmente, no es una guerra, más bien un sindicato que aglomera intereses diversos pero en parte homogéneos. “Aparente conclusión: cuándo y dónde hay sangre, las oportunidades huelgan”. Pareciera opuesto a lo que pudiera ser un resumen con respecto a la “deidad”, de que existe un Dios Supremo, a quién ha de adorarse, lo cual conlleva piedad y virtud, que nos debemos arrepentir de nuestros pecados y que, si hacemos esto, Él nos perdonará. Pues existen premios para los buenos y castigos para los malos y tanto aquí como en el más allá.

No sabemos si se acierta expresando que la polémica pareciera detenerse en “el combate por la vida buena o la buena vida”. Para el profesor de Fisiología Humana de la Universidad de Murcia y de la Universidad Autónoma de Barcelona, August Corominas, la vida buena es un estilo marcado por la sencillez, la honestidad, la frugalidad en el consumo, la solidaridad con los demás congéneres y con el medio ambiente. Es también una vida de dedicación al trabajo, el servicio a la sociedad, el cultivo de la inteligencia espiritual y la alegría de vivir. No tener factores de riesgo. Buena vida, que no es lo mismo, está determinada por la sensualidad, con la satisfacción de las necesidades sujetas al placer. Esta forma de vivir eleva la percepción de los sentidos a categoría de placer y es alimentada constantemente por la estructura de la sociedad de consumo. Su lema es “todo vale con tal de vivir bien”, y la norma que sigue es la del placer por el placer. No importan los factores de riesgo.

El “revolcón” de hoy, en el Siglo XXI, se parece al hombre bien nutrido, pero que se desespera por proseguir alimentándose y como que no excreta los desechos orgánicos. Los países son entelequias diseñadas en constituciones, en su mayoría modernamente bien escritas, pero más gramaticales que reales. El régimen en ellas contenido, particularmente, los más armónicos están sujetos a la voluntad humana, con sus virtudes, las menos, pero, también, las más, de vicios, maldad y hasta vileza. Es “un revuelco” que tiene al recién electo Papa León dando gritos en procura de la paz con un profundo reclamo en la observancia de la palabra de Dios. Se lee que el narcisismo, lo antisocial y lo histriónico merodean en la política, distorsionando el liderazgo.

Samuel Huntington, sabio maestro de la Escuela de Gobierno de Harvard, tuvo la inteligencia de recalcar con respecto al “Choque de Civilizaciones”, tesis conforme a la cual “las identidades culturales y religiosas como carga determinante en la conflictividad, estimando que las guerras en lo adelante no se librarían entre países”, sino por parte de “grandes civilizaciones” (la occidental, la confuciana, la japonesa, la islámica, la hindú, la eslava-ortodoxa, la latinoamericana y, no tan tarde, la africana). ¿Se referiría el académico, acaso, a lo que suele calificarse como “la pretendida “pureza ideológica y religiosa o la teoría de las elites? Preocupante, pero con seriedad para elogiar la apreciación del excelso académico.

Escuchamos y como desde un vozarrón y con legítima angustia que “se busca un buen gobierno”. Pareciera no existir ya dudas en lo concerniente al “despeñadero de lo retórico con respecto al real”. En ese difícil mundo de las eventualidades no deja de estar presente la queja de millones de desesperados, quienes no entienden el abismo entre la teoría y la práctica. Y la tendencia a perpetuar una postura ideológica suena ya a burla.

En América Latina, de donde somos, es por demás imperativa la necesidad de hacer realidad los valores y principios de la democracia. El venezolano Moisés Naím argumenta que esta última se encuentra duramente afectada por una crisis global y que tres caballos de Troya la amenazan: 1. La posverdad; 2. El populismo; y 3. La polarización. Nuestro respetado compañero de gabinete en la segunda Administración del Presidente Carlos Andrés Pérez ha de admitir que las tres condicionantes afectan al régimen de libertades a nivel global y que con las más recientes prevalencias del “conservadurismo de los valores y principios tradicionales (tradicionalismo, derechismo, continuismo y conservadorismo)”. Y que bastante ha de compartirse con alguna de las pocas maneras en atenuar “la peligrosa desconexión entre las instituciones democráticas y las expectativas ciudadanas”.

Los análisis en rigor se centran, lo cual es ya tradicional, más que en las causas de la debacle, en las opciones para resolverla. En el Interamerican Institute for Democracy, espacio de seria y sana discusión del tema, la destacada caraqueña Beatrice Rangel recuerda, con acierto, que “la enfermedad de Latinoamérica tiene su origen en la formación medieval y oscurantista que la parió como plataforma de extracción, en lugar de creación de riquezas”, con la cual concordamos. Nuestro amigo Asdrúbal Aguiar defiende la democracia verdadera contra aquella “popular, plebiscitaria, populista y directa”, eje del neopopulismo totalitario en boga. Y el destacado politólogo Carlos Sánchez Berzain, Director/Fundador del Interamerican, con el pragmatismo que le caracteriza, hace referencia a “las dictaduras del Siglo XXI”, sustentadas en falsas promesas, como se adviene el historiador y expresidente de Ecuador Oswaldo Hurtado, “de derrotar la desigualdad”, convirtiéndose más bien en dictatoriales y donde los presidentes constitucionales se han transformado en “caudillos autocráticos”.

Las ideas contenidas en este ensayo no dejan de llevarnos a la frustración, que se percibe cuando nos miramos los unos a los otros, como preguntándonos ¿Qué hacer? En el viso del venezolano casi se percibe como escrito, ¿por qué tumbamos a Carlos Andrés Pérez?, pero la cara cambia abruptamente y aparece como inquietud ¿por qué se dejó tumbar? El nicaragüense: ¿qué pasó con la revolución sandinista? El boliviano, qué se le escuchará a Simon Bolívar cuando recuerde los esfuerzos para elaborar aquella histórica constitución y el chileno plantea en perfecto italiano: ¿perché Boric ha dimenticato la sua rivoluzione? Forse la destra ha vinto. Un profesor argentino, en el ascensor, donde se desarrolla la conversación acota “Che tengamos por favor presente “el patuque doctrinario”, por un lado el denominado monetarismo, conforme al cual controlar la oferta de dinero es crucial para estabilizar la economía. Si el dinero en circulación aumenta demasiado rápido, los precios suben y se genera inflación, por lo que ha de controlarse para evitarla. Y del otro lado la llamada economía keynesiana, para la cual “la intervención del Estado estabiliza la economía”. El venezolano ipso facto contestó: “El programa que adelantaba Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno era cien por ciento keynesiano”. El ascensor se abre en el piso 10/ Oficina 10/B, los tertuliantes se dan cuenta de que han sido invitados a una reunión a efectos de analizar el mismo tema del cual conversaron.

Quien escribe no sabe qué sucedió en la referida reunión, pero es firme su deseo de que se haya analizado con seriedad “el revolcón que sacude al mundo”. El lector queda invitado para que analicemos las resultas.

*El autor es doctor en ciencias jurídicas por Harvard University, con posgrados en la Universidad de Roma, New York University y abogado por la Universidad Central de Venezuela. Es profesor de derecho público y ciencias políticas. Ha sido procurador general de la República (Venezuela), ministro de Justicia, senador y diputado.

Es autor, entre otras obras, de Democracia y Estado Contemporáneo; El dilema venezolano; Leticia Harentz Pérez, una venezolana que comenta la Constitución de la V República; Juan Rivas, el repitiente, y La teoría Constituyente: explicada en pocas lecciones por Petra Dolores Landaeta.

Fuente: Infobae.com

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