Cómo lograr la paz en Medio Oriente

Donald Trump se arriesgó pero, ¿ha ganado?

Bombardeó el programa nuclear de Irán e impuso inmediatamente un alto el fuego entre Israel y la República Islámica, sin que se haya producido ni una sola víctima estadounidense. Esto justifica a quienes, como este periódico, temían que el régimen respondiera con dureza.

Pero los riesgos eran solo la mitad del cálculo: el otro factor era si Estados Unidos sería capaz de utilizar un ataque para impedir que Irán construyera un arma nuclear.

La mejor manera de lograrlo ahora sería que Trump alcanzara un acuerdo nuclear completo con el régimen. Puede reforzarlo presionando a Oriente Medio para que resuelva sus problemas mediante el comercio y la inversión, en lugar de prepararse para la guerra. Son tareas desalentadoras, pero si el Presidente las lograra cumplir, aunque fuera parcialmente, habría conseguido un premio que se le ha escapado a sus predecesores.

Sus esfuerzos deberían comenzar con una evaluación de cuánto daño causaron sus 14 bombas antibúnker y sus 30 misiles de crucero a las tres instalaciones iraníes.

Como es habitual, Trump afirmó haber “destruido” el programa iraní aunque, a los pocos días, fue contradicho por una evaluación filtrada de la Agencia de Inteligencia de Defensa que advertía de que Irán sólo había sufrido un retraso de unos meses. De todas maneras, era preliminar y “poco fiable”, y ya ha sido refutada.

La furiosa polémica que se está desarrollando ahora no debe ocultar la verdad fundamental, sin embargo.

Es poco probable que los bombardeos por sí solos hayan destruido de forma verificable todas las instalaciones de Irán y nunca iban a eliminar sus conocimientos nucleares. Su objetivo era retrasar el programa o, mejor aún, persuadir al régimen de que no valía la pena seguir adelante con esta arma.

Entonces, independientemente del daño causado, Trump debe aceptar ahora que esta idea debe formalizarse en un acuerdo nuclear.

El presidente cuenta con más ayuda que los bombarderos estadounidenses. Su ataque fue la culminación de una impresionante campaña israelí de 20 meses que ha roto la estrategia de dos décadas de Irán para extender su maligna influencia sobre Oriente Medio.

Su programa nuclear costó decenas de miles de millones de dólares, pero, lejos de disuadir un ataque extranjero, lo provocó. A su vez, Teherán gastó decenas de miles de millones más en una red de milicias y clientes en todo Oriente Medio.

Uno de los objetivos era disuadir a Israel de atacar al país persa, pero tras la masacre de Hamas del 7 de octubre de 2023, las Fuerzas de Defensa desmantelaron la red de proxies del enemigo.

Así, tras haber sido humillado, el régimen iraní se encuentra en una encrucijada.

Podría intentar fabricar una bomba, pero si esto se descubriera, el país quedaría aislado y se enfrentaría a otra ronda de ataques. También podría enfurecer a los iraníes de a pie, que han soportado penurias y represión, incluso cuando sus impuestos han sido malgastados por un régimen que se ha mostrado incapaz de defenderlos.

La alternativa es que los oficiales militares, que cada vez más han dejado de lado a los mulás, lleguen a la conclusión de que librar una lucha revolucionaria contra Israel y Estados Unidos es una batalla que la República no puede ganar, y que su propia prosperidad y supervivencia se verían más favorecidas por un compromiso pacífico.

Trump puede influir en las decisiones del régimen ofreciendo un acuerdo nuclear que beneficie a todas las partes.

Estados Unidos debería exigir a Irán que renuncie a sus reservas de uranio altamente enriquecido y se someta a inspecciones internacionales intrusivas. El régimen, en tanto, debería poder enriquecer uranio para reactores, pero bajo condiciones estrictas que le obliguen a formar parte de un consorcio de países que trabajen en alta mar. A cambio, las negociaciones deberían versar sobre el levantamiento de las sanciones europeas y estadounidenses, así como de las amenazas.

No hay que pensar que esto será fácil.

La pregunta urgente es qué ha sido de los 400 kg de uranio altamente enriquecido de Irán, que fueron objeto de los ataques estadounidenses. Nadie confía en que Teherán diga la verdad, pero será muy difícil para el régimen demostrar lo que no tiene, o para los inspectores internacionales contabilizar cada kilogramo después de un bombardeo tan extenso.

A su vez, Irán no confía en nadie, incluidos los inspectores, y las negociaciones corren el riesgo de empantanarse en recriminaciones.

Por eso, Trump también debería cambiar los incentivos de Irán para desarrollar armas nucleares, tratando de marcar un nuevo rumbo para Oriente Medio.

Israel es ahora la potencia militar dominante en la región.

Tras el 7 de octubre, muchos israelíes han llegado a la conclusión de que la supervivencia en un vecindario peligroso exige el uso implacable de la violencia. Sus fuerzas armadas atacan objetivos en el Líbano y Siria ante la primera señal de una amenaza emergente, y las facciones de extrema derecha del Gobierno quieren utilizar este dominio para anexionar territorio palestino en Gaza y Cisjordania.

Ante la victoria sobre Irán, sin embargo, el Estado judío debería pasar página, como hizo con Egipto tras la guerra de 1973 y como comenzó a hacer en 2020, cuando normalizó sus relaciones con varios Estados árabes en los Acuerdos de Abraham.

El objetivo ahora debería ser un acuerdo similar con Arabia Saudita, pero eso requerirá un alto el fuego en el enclave, el reconocimiento por parte de Israel del principio de dos Estados y el abandono del estado de guerra permanente.

Lograr un acuerdo nuclear y la normalización será muy difícil, especialmente para un presidente con poca capacidad de atención y tendencia a improvisar. Sin embargo, Trump tiene puntos fuertes: domina el Partido Republicano, por lo que Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, tendrá dificultades para superarlo en el Congreso.

Tras haber ayudado a Tel Aviv, el mandatario estadounidense se ha ganado la autoridad para conseguir que las partes lleguen a un acuerdo, como hizo en el jardín de la Casa Blanca el 24 de junio, cuando exigió furiosamente a Israel que respetara su alto el fuego.

No obstante, si Trump pierde interés, como es muy posible, la alternativa será sombría.

Si el programa nuclear de Irán vuelve a amenazar, Israel volverá a bombardear el país. Pero una segunda o tercera campaña sería técnica y diplomáticamente más difícil que la primera.

Irán habría aprendido la lección y el mundo perdería la paciencia ante el uso repetido de la guerra como solución temporal, mientras que Estados Unidos, obligado a apoyar al Estado judío aunque no a luchar junto a él, se encontraría con que Oriente Medio absorbe los recursos militares y la atención política que quería dirigir hacia Asia.

Al final, los bombardeos podrían parecer inútiles, lo que abriría una brecha entre Estados Unidos e Israel. Trump ha apostado. Si quiere ganar, le espera mucho trabajo.

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